Teléfono descompuesto

Teléfono descompuesto

Aló. Aló. Jorge. Aló Jorge. Jorgito, es tu papá. —Camilo intentaba hablar por teléfono para que su hijo los llegara a recoger.

No sé si no contestó Jorge o si no me escuchó. —Le dijo a Magda—. Vamos a ver si en la otra cuadra hay otro teléfono público.

—Pero que funcione—. Respondió Magda y más adelante le dijo  —Mira Camilo, no nos vayamos muy lejos. No va ser que Jorgito nos esté buscando en el hospital—.Magda sabía que su esposo se desorientaba rápidamente en las ciudades grandes y en especial cuando empujaba su silla de ruedas.

—Me parece que allá hay un teléfono. Vamos a ver de más cerca—. Con cada paso que los alejaba de lo conocido se le  aumentaba la ansiedad a Camilo. La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que él la visitó, hace casi 30 años atrás. El ruido de las camionetas carrereando por pasaje, los jóvenes chiflándose de esquina a esquina, el perro guardián ladrando ferozmente y el latido de su corazón que le retumbaba en el oído izquierdo estaban abrumando la cordura de Camilo. Cuando llegaron a la cabina telefónica Camilo se dio cuenta que al teléfono le faltaba el auricular. Después de mostrárselo a Magda, Camilo notó que estaba desubicado. No sabía si habían llegado al teléfono por la derecha o por la izquierda. Ahora escuchaba el retumbar de su corazón en sus dos oídos. Esa era una mala seña. Eso le indicaba que su presión arterial estaba elevándose. Camilo reconocía que tenía que calmarse, pero como hacerlo sin saber donde estaban. Preguntarle a Magda no era posible, el doctor acababa de decir bien claro «ningún sobresalto para ella». Camilo empezó a empujar la silla en la dirección que él sintió era la más adecuada y al poco tiempo Magda dice —Vamos para el lado equivocado, veníamos de allá—.

—Sí. Sí. Es que me pareció ver el carro de Jorge allí en la esquina—. Dijo Camilo un poco exaltado, vanamente tratando de ocultar su desorientación.

De regresó pasaron por el teléfono público que intentaron utilizar anteriormente. Camilo titubeo en usarlo, era la última moneda que le quedaba y presentía que esta también le iba a fallar.

A Camilo y a Magda no se les ocurrió pedir el teléfono prestado en alguna tienda, o interrumpir a una persona para que les regalara una llamada desde su móvil. En su rancho no había un teléfono cerca, el más próximo quedaba a 3 kilómetros y los teléfonos móviles no habían alcanzado su popularidad.

 Camilo levantó el auricular. Esperó a escuchar la señal de tono y cuando la escuchó el sonido de las palpitaciones regresó en su oído. No me puedo confundir. No me puedo confundir. Se repetía Camilo antes de empezar la llamada. Sacó el papel con el número de Jorge y lo empezó a marcar en el teléfono. Número por número marco despacio chequeando y rechequeando el papel. Su moneda desapareció de la ranura. El teléfono se la devoró con un par de clic-clics. Camilo siguió el sonido metálico que se produjo dentro del teléfono cuando se tragó la moneda. La moneda chasqueó por la garganta hasta llegar al estomago del teléfono. Esperó, esperó y esperó. Esperó una eternidad pero nada, ni siquiera una máquina contestadora.

Con el paso aún más lento, Camilo regresó a la entrada del hospital. Encontró una sombra y parqueó la silla de ruedas de Magda. Camilo se sentó en la banqueta a la par de Magda. «Ya vendrá» se dijo Camilo para si mismo y lo volvió a repetir en voz alta para que Magda lo escuchara.

—Sí—. Con esta simple respuesta Magda le entregaba un balde de información. No necesitaba hablar más para decirle a Camilo: que no estaba preocupada; que aún le quedaba esperanza de que Jorge apareciera en cualquier momento; que esto no era lo peor que les había tocado vivir en sus más de 50 años como pareja.

La noche se aproximaba y ellos seguían allí enfrente del hospital. El doctor que los atendió salió de turno y al verlos allí en la banqueta se les acercó a hablarles.

—Hola. Buenas noches. ¿Ya vienen por ustedes?

 La cara de Camilo se iluminó al ver a alguien conocido. Se alzó lo más pronto que pudo y mientras se paraba empezó a contarle al doctor: —Pues. No hemos logrado comunicarnos con mi hijo. El teléfono de allá no funciona, pero tarde o temprano mi hijo vendrá por nosotros de eso si estamos seguros.  

—Si quiere les puedo prestar mi teléfono para que haga una llamada.

Camilo lo vio sin comprender lo que acababa de escuchar. La mente se le inundó de dudas: ¿Dónde estará este teléfono? ¿Cuánto nos cobrará por esta llamada?

El doctor sacó de su bata un teléfono móvil y se lo ofreció. Al verle la cara de incrédulo a Camilo, se le ocurrió al doctor que él tal vez no estaba acostumbrado a usar teléfonos móviles. Su ofrecimiento fue seguido de la pregunta: ¿tiene el número telefónico de su hijo?

—Sí. Muchas gracias doctor—. Dijo Camilo mientras entregaba el pedazo de papel con el número de Jorge.

 Después de un breve momento el doctor le entregó su teléfono a Camilo. —Esta llamando.

—Aló. Aló. ¿Papá? ¿Papá eres tú?— Se escuchó la voz de Jorge por el teléfono.

 —Sí Jorgito soy yo. Ya salimos del hospital. Puedes venir por nosotros. Estamos enfrente de la puerta principal—. Camilo trató de decir lo más que pudo en la mayor brevedad posible.

—¿Cómo esta mamá? Estaba angustiado por no tener noticias de ustedes.

 —Mamá esta bien. Te cuento todo más tarde que estamos prestando un teléfono.

—Sí. Sí. Salgo por ustedes ahorita mismo.

 —Muchas gracias doctor. ¿Cuánto le debo?— Preguntó Camilo mientras le regresaba el teléfono.

 —No es nada. Que bueno que logró hablar con su hijo. ¿Si no necesitan nada más continuo mi camino?

 —Muchas gracias doctor—. Volvió a repetir Camilo mientras le extendía su mano.

 Luego de que el doctor se marchó. Camilo se acercó a Magda quien estaba dormida y con 50 años de ternura le tomó una mejilla en su mano y en la otra de dio un beso. Después le dijo al oído. —Jorgito ya viene en camino.


 

Sobre «Teléfono descompuesto»

Cada vez resulta más difícil imaginarse la vida sin un teléfono móvil. No tener acceso a un teléfono puso a Camilo y a Magda a prueba pero no su relación.

Sobre la serie «Historias sin futuro»

Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.

Si quieres descargar Hojarasca, el chapbook de Febrero pincha aquí.

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