Tienen que quedar boquiabiertos desde el primer instante
El bullicio de sus conversaciones ceso al instante que escucharon el «buenos días», ronco y autoritario del profesor. Este buenos días fue seguido por un rechinado de las sillas. El metal frotándose contra el piso formando un acorde con la respuesta de buenos días del estudiantado. Los alumnos se cuadraron en sus asientos y empezaron inconscientemente a determinar qué tipo de profesor les tocó en este primer día de clases. Los estudiantes no podían notar que el profesor estaba nervioso nunca antes lo habían visto en persona. Unos cuantos conocían el trabajo del profesor. Sus libros eran populares. El haber ganado el premio nacional de literatura le daba cierto prestigio a su obra y un aura de grandeza a su persona. Esto era todo lo contrario a la manera en que se percibía internamente el profesor.
La mayor parte del tiempo el profesor estaba inseguro de lo que escribía. Vivía constantemente titubeando, alterando, corrigiendo su propia obra. Una tarea de casi sisifónica. Desde que él dijo que aceptaría enseñar el curso de escritura creativa sus nervios le hacían sudar las manos. El agarrador de su portafolio delataba su estado de ansiedad. Este pedazo de cuero permanecía húmedo por la mano sudorosa del profesor dándole un claro contraste con el cuero del resto del portafolio. A pesar de sus logros literarios el profesor aún era un principiante en la cuestión académica. Como todo cuento que él había escrito, él consideraba que el inicio era crucial. En esta ocasión el primer día iba a ser fundamental, los primero minutos iban a ser críticos. Dar una buena impresión en el primer día dictaría cómo los estudiantes leen su capacidad de catedrático. Él quería convertirse ese libro que no pudieran dejar de leer.
Esta manera de pensar del profesor lo angustió varias noches. Sufría tratando de pensar la mejor manera de iniciar el curso. El inicio tenía que ser formidable. Él tenía que cautivar la atención estudiantes y esto los motivara a terminar el curso con entusiasmo.
La noche anterior al inicio de su curso no pudo dormir. Solo pudo pensar en su clase, en cuál sería la primera actividad que realizarían. No podía empezar con un simple «¿cómo se llaman?» o una actividad rompe hielo, eso sería muy parroquial, claro importante pero parroquial. Le dieron las tres de la mañana y no lograba idear ninguna estrategia o una forma creativa de empezar su clase. Resignado y frustrado de no haber logrado pensar en algo diferente se fue a acostar. No logró idear algo que les dejara las bocas de los estudiantes como cuevas para las moscas.
Durante la pequeña porción de noche que quedaba el dio vueltas en su cama revolviendo las chamarras, volteando las almohadas. Después de un par de horas de intentar conciliar el sueño lo logró. Ese momento que durmió parecía más el descanso de medio tiempo de un partido de fútbol que a una siesta. Sus mente estaba nublada, café, ejercicio, y baño hicieron poco para despejar sus pensar. Mientras caminaba hacia la parada del bus su cuerpo le fue recordando que aún tenía que ideárselas con su primer día de clases y esto le fue avispando la mente. No saber qué iba a hacer el primer día de clases que estaba apunto de convertirse en un «¿cómo se llaman?». Llegó a la universidad y la ansiedad de no lograr pensar algo creativo empezaba a dar espacio a la resignación. Otro factor más de ansiedad, presentarse frente a un publico, empezaba a germinar en sus nervios.
Sigue mañana y puedes leer la parte dos apartir del 4 de diciembre, 2018 aquí.
Sobre la serie El molote
Para diciembre no tengo un tema que reúne a todo lo que estoy pensando publicar. Lo más cercano que llegó es a un molote. Un tumulto de cosas entre ellas retazos que sobraron de las series anteriores, creaciones nuevas y pequeñas series que pueden ser independientes por su propia cuenta. Hasta el día de hoy llevo 11 meses publicando una vez al día una foto, un poema o un cuento corto, esperó lograr terminar el año con este ritmo.
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