He llegado al punto donde las historias me salen por los conductos de Havers pasan apretadas entre vasos y nervios. Recorren mi cuerpo como el esperma aristotélico recogido información, acumulando palabras, hasta que llegan a la punta de la lengua. Las esputo en la hoja. Después me toca con el lápiz esparcirlas en párrafos y páginas hasta su punto final. Luego las reabsorbo por el teclado, las juzgo, las criticó, las disecciono. Con tildes, comas y puntos las distiendo. Una vez abiertas las dejo expuestas al ojo foráneo para que las consuma y las metabolice en su propia existencia.
Sobre «Las historias»
Desde que empezó el año llevo publicando diariamente un relato, una foto o un relato y una foto. En marzo y abril me dediqué a publicar cuentos cortos, aunque se han colado un par de poemas estoy por alcanzar los 60 cuentos cortos. Creo que tengo el material para terminar los dos meses. A ver que pasa, deséenme suerte.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Hace unas dos semanas venía caminando por la avenida Reforma, un lunes temprano, de madrugada. Había salido a correr pero no regresaba corriendo. Las piernas me aguantaban pero el trajín del fin de semana castigaba mi cuerpo con cansancio. Salí a ejercitarme con la intención de despabilarme un poco. De alguna manera le tenía que ayudarle al café, el trajín del fin de semana fue un poco intenso.
Cuando iba, corrí por el camellón. A la altura del monumento a Miguel Ángel Asturias vi a un señor con dos perros. Uno perro era pequeño, un pekinés. Con su larga melena y pelaje claro parecía un león feroz en miniatura. El otro perro era de tamaño mediano con el pelaje de color carbón. Este último, tal vez era un boyero de Flandes por su cuerpo macizo, barba espesa y de hombros amplios.
El perro más alto, el boyero, me sintió venir y volteó a verme. Me pareció raro el color claro de su ojo derecho. Dentro del tupido pelaje que le caía sobre los ojos logré ver su iris celeste pálido. No pensé más que en alejarme un poco más de él y de su amo. Dudaba que el amo tuviera la fuerza necesaria para contener una demostración de bravura de este canino.
Venía de regreso cuando a la distancia noté que al señor de los perros se le sumó una persona más, otro señor. Cada quien sujetaba la correa de uno de los perros. El nuevo señor llevaba la correa del pekinés. Este señor era más o menos de la misma edad que el otro señor y llevaba el pelo largo, lacio, castaño, desteñido por la edad, con una caída muy similar a la del pekinés. Esto me hizo recordar el dicho los perros se parecen a su dueño. Cuando los pasé, los saludé con un breve buenos días. El señor que andaba con el boyero tomó la esquina de su cachucha y la inclinó en mi dirección. Su saludo tan tradicional me hizo fijarme en su rostro, en especial en lo tupido que eran sus cejas, casi tan tupidas como las del boyero de Flandes. Después de esto quedé completamente convencido de que los perros se parecen a su dueño.
Sobre «Esto me convenció de que el dicho es cierto»
El origen de este cuento es muy sencillo, solo tuve que ver a un perro con su amo para convencerme que el dicho es cierto.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
A lo mejor el amor y el odio son dos cosas separadas.
Como amar el cilantro u odiar el brócoli.
O a lo peor son la misma cosa, al igual
que amas y odias al ex… (léase: presidente, novio, el trabajo, etc.).
El diccionario dice que el amor y el odio son antónimos,
claramente el individuo que lo escribió
no ha amado hasta detestar.
O quizás no ha odiado hasta apreciar.
La distancia entre el amor y el odio se tuerce y se dobla como anillo de Moebius.
Empieza por un punto llegas al lado opuesto.
Estas de cabeza.
Y si te animas a continuar regresas a donde empezaste.
Sobre Odiar y Amar no son antónimos
Hace poco leía un artículo sobre los consejos que daba Lilian Heker a escritores. Uno de ellos mencionaba: “En literatura no existen sinónimos ni equivalencias…” Casi de inmediato entendí a lo que se refería y luego pensé en los antónimos, dando origen a este poema.
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
No fue la primera vez que vi una escalera postrada contra el costado de una casa alcanzando su techo. Tampoco, fue la primera vez que vi una escalera afianzada contra la canaleta. Pero si fue la primera vez que entendí que este mecanismo de seguridad. Es un dispositivo, una adaptación laboral, contra el odio. Un odio dirigido hacía su condición social, condición migratoria y condición laboral. Todas esta inducciones extraídas al ver un simple alicate de presión que prevenía que alguien moviera la escalera de su lugar.
Sé que estás pensando. Crees que esto es una exageración. Pues déjame preguntarte te subirías a una escalera a una altura de más de cuatro metros sin cerciorarte que está bien estable. Y si esta estable por qué la aferrarías contra la canaleta con un alicate de presión. Porque haz aprendido que te quitan la escalera solo por odiarte.
Sobre «alicate de presón»
Una simple herramienta, un alicate de presión, ayudando contra la represión del odio. Un simple alicate da un poco de tranquilidad para que se pueda trabajar. ¿Haz tenido que utilizar un «alicate de presión» en tu trabajo? Si dices no, tienes suerte.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
El CO2 es un gas, estable en condiciones normales. Es el componente principal de algunos extintores de fuego. En lugares no ventilados el CO2 puede ser mortal. Es el gas que produce las burbujas en las bebidas carbonatadas. La acumulación de este gas causa los espacios vacíos dentro del queso y el pan. Usualmente lo distribuyen en cilindros de 25, 50 y 100 libras. Los gases presurizados son ‘inquietos’, especialmente cuando los cilindros sufren un golpe severo que los perfora.
Federico
Federico tiene 28 años de edad. Está casado y es padre de una niña de 5 años. Él trabaja para una empresa distribuidora de gases por cilindro. Distribuyen gases especiales para procesos industriales, entre ellos: CO2, O2, Acetileno etc. Federico lleva trabajando para la empresa nueve años. Desde que empezó en la empresa maneja el mismo camión. Cuando lo recibió, el camión estaba medio nuevo, ahora está medio viejo. Se nota en la confianza con la que maneja los cilindros que ya lleva años con el mismo trabajo. Con una mano los inclina y con la otra los va rodando, los sube al elevador montado en la parte trasera del camión y luego los acomoda según su gas, asegurándolos con dos cadenas. En su ruta diaria, distribuye cilindros a 25 negocios.
Miguel
Miguel es estudiante de segundo año en Ingeniería Industrial. Sus amigos lo llaman el gato. Este apodo viene desde sus años de estudiante cuando era el portero número uno en la selección de su colegio. Tuvo la oportunidad de seguir jugando fútbol en las ligas profesionales, pero lo dejó todo bajo la insistencia de su papá, quien deseaba que su hijo siguiera la tradición de los hombres de la familia y se convirtiera en un Ingeniero Industrial.
Elena
Elena es Asistente de Gerencia. Se graduó de Secretaria Bilingüe hace tres años. Trabaja de 9 am. a 5 pm. de lunes a viernes y a la 1 pm. sale por una hora a almorzar. A intentado estudiar en la universidad. Las clásicas complicaciones entre los horarios de trabajo y el de los estudios le han hecho difícil que ella logre seguir continuar sus estudios. Su esperanza es obtener el título de Administradora de Empresas para conseguir un mejor trabajo como Asistente de Gerencia. Si se le pidiera una carta de recomendación a su jefe, la misma resumiría que Elena es emprendedora, con iniciativa y una trabajadora en equipo.
La interacción
Federico estaba bajando dos cilindros de CO2 que habían sido solicitados de urgencia en un restaurante. El restaurante se había quedado sin gas justo a la hora del almuerzo y era esencial que los remplazaran para poder servir las bebidas gaseosas. Elena caminaba de regreso a su trabajo; el semáforo la detuvo en la esquina. Miguel esperaba en la esquina el bus que lo llevaría a la universidad para sus clases de la tarde. Federico montó los dos cilindros llenos al elevador del camión, estaba apunto de presionar el botón para bajarlo cuando la plataforma cedió de un lado. El primer cilindro cayó al suelo produciendo un gran ruido. Miguel volteó a ver y se percató que el otro cilindro estaba a punto de caer, en un instante de película Miguel logró reaccionar, alcanzó a Elena por el brazo y la jaló hacia él. Medio segundo después el cilindro pasó por donde ella estuvo parada.
El cilindro terminó incrustado en la pared de una iglesia. Miguel y Elena terminaron tomando un café. Federico no podía dejar de pensar en la suerte que tuvo, si los cilindros hubieran sido de Acetileno otra sería la historia y empezó a buscar otro trabajo.
Sobre Dióxido de Carbono
Este es un cuento un poco viejito que logró ser publicado. Me recordé de él hace poco y decidí incluirlo en la lista. He trabajado en restaurantes donde utilizan cilindros de Dióxido de Carbono para añadir el efecto efervescente a las bebidas gaseosas. Creo que es fácil imaginar la dinámica de un cilindro con gas presurizado que es golpeado repentinamente, los pienso como un canchinflín.
Doy las gracias a la Revista Literaria Umbral por haber publicado este cuento en su edición Año 4 N° 7 – Mayo, 2017.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Cuando lo conocí se presentó como Neto. Días más tarde la camarero de bar lo llamó Jorge. Y poco tiempo después, un conocido en común lo señaló como Chejo. Un amigo que él llevó al bar lo nombró Ramón. Y la novia de vez en cuando le decía Félix.
Me pareció muy interesante que a alguien lo llamaran de tantas formas distintas. Obvio, vino el día en que no me pude resistir preguntarle por sus nombres.
Esta es la repuesta que me dio: «Mi nombre es Jorge Ernesto Valle Ixtlán pero los amigos me dicen Neto. Pocas veces uso el nombre Jorge y asumo que el camarero de bar vio mi tarjeta de crédito y encontró allí mi nombre, Jorge. La tarjeta solo dice E. para Ernesto. El señor Peters no sé de donde sacó el llamarme Chejo. No se lo he preguntado. Con respecto a mi amigo, él me llama Ramón porque él dice me parezco al escritor Ramón Valle-Inclán y por mis apellidos. Con respecto a el último nombre, Félix, eso es personal y lo voy a contar».
Sobre «polinimia»
Polinimia es un neologismo que inventé para jugar con la definición de «sinónimo», cosas que tienen muchos nombres. Con este neologismo hago la distinción de que los humanos no son cosas y hay quienes se les puede llamar por varios nombres, que van más allá de un apodo o segundo nombre.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
A Gracia Chacaj la llamaron a su oficina. Renata Pax, la asistente de laboratorio de Gracia, tenía problemas con la calibración del cristalografo de rayos X. La calibración adecuada de este aparato era crucial para las investigaciones de Gracia Chacaj y su equipo. Llevaban tiempo estudiando por qué las órbitas de electrones del Paladio no cumplía con el principio de Aufbau. El cual dicta que los electrones ocupan las órbitas que requieren menor energía primero.
Según Renata las refracciones de los rayos x para su muestra de sodio indicaban que la muestra tenía un radio atómico de 220 picómetros 34 picómetros más de lo que debía ser teóricamente. «34 picómetros no es nada, esa es distancia suficiente para que se nos cuele un hidrógeno en cualquier medición. Has revisado la fuente» dijo Gracia empezando a pasar lista de los puntos donde el erro se podría colar. «Si, revisé el voltaje del emisor de rayos x con el voltímetros y esta dentro de los valores indicados en el manual de uso.»
«Hmm qué es esto en la aguja porta muestras. Parece que no está rotando adecuadamente. Si le caen gotas del nitrógeno congelado lo desequilibra. Por favor reduce el flujo del dispensador de nitrógeno líquido, necesitamos un poco de flujo para que mantenga la muestra fría mientras se le emite los rayos x pero un exceso causa problemas».
Sobre «No es nada de regreso»
No es nada de regreso es la pareja del cuento que publiqué ayer. En esta ocasión «no es nada» indica importancia, una ínfima cantidad es de gran importancia.
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
En su ponencia magistral, la que daba todos los años al estudiantado de la escuela primaria mixta María Carlota Monroy, la doctora Gracia Chacaj habló sobre escalas de observación. Habló sobre el tamaño de objetos e hizo especial énfasis en cómo es que a uno lo llamen pequeño no tiene importancia. «Les voy a demostrar que todos somos pequeños» dijo enfaticamente.
El primer guau del público lo obtuvo cuando demostró que la persona más alta del estudiantado y la persona más baja eran de la misma altura si las comparación era contra un edificio alto.
El siguiente guau del estudiantado lo obtuvo cuando comparó el diámetro de la Tierra (12,742 km) con el diámetro de Júpiter (139,822 km). «Júpiter es más o menos diez veces más grande que la Tierra». «Eso no es nada», continuó diciendo. «El diámetro del Sol es de 1,400,000 kilómetros que viene siendo 10 veces más grande que el de Júpiter o 100 veces más grande que la Tierra. ¿En esa comparación ustedes le dirían pequeño al Sol? Pues en realidad es una estrella pequeña».
En el último guau, el cual hasta los maestros participaron, lo recibió cuando comparó una estrella supergigante roja con Sol, Júpiter y la Tierra. «La súpergigante roja Betelgeuse, uno de los astros de mayor volumen que conocemos, tiene un diámetro de 1,642,000,000 kilómetros. Esta supergigante es 1100 veces más grande que el Sol. Pero eso no es nada a comparación con la Tierra. Betelgeuse es 110,000 veces más grande que la Tierra. Esto vendría siendo casi lo mismo que comparar el tamaño de la uña en la pata de una hormiga con la altura de una persona».
Sobre «No es nada de ida»
Una frase que es su propia contraria es «no es nada». Esta puede ser utilizada para decir que no es significativo o para indicar que es de suma significativo. En «No es nada de ida» aprovecho para recalcar que las mujeres tiene un espacio en la creación del conocimiento científico en Guatemala, el cual hay que aumentar.
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
El accidente lo vi, el resto me lo contaron. Cuando digo que vi el accidente me refiero a que vi cómo el camión lo atropelló y él salió revirado en la calle. Yo estaba platicando con el mecánico de la esquina cuando escuchamos los alaridos de los pistones de freno y el chillar de las llantas contra el asfalto. Al levantar la vista pude ver a Sergio acurrucándose para cubrirse la cabeza con los brazos, uno en cada lado. El camión debió haber ido a una velocidad normal para haber logrado frenar en tan corta distancia. El camión se detuvo justo donde estaba Sergio y él fue aventado unos cuantos pies para adelante.
El mecánico salió corriendo a ayudar a Sergio, mientras que yo llamaba a los bomberos. Al camionero se le aguadaron las piernas al ver a Sergio postrado a media calle pero recuperó un poco su color cuando el mecánico le dijo «está vivo». Los paramédicos llegaron en menos de dos minutos y la policía llegó poco después.
Lo que le contestaron al chofer del camión cuando preguntó «¿cómo está?» fue: «Tiene la clavícula derecha rota y por el momento no encontramos nada más. Le harán más exámenes cuando llegue al hospital».
—¿Tiene alguna contusión?
—No que podamos detectar.
Después de ese intercambio rápido de palabras los paramédicos se llevaron a Sergio en la ambulancia.
Un par de días después del accidente vi a Sergio caminando por la calle con un cabestrillo. Se le veía de buenos ánimos, considerando que había sido atropellado por un camión. De inmediato yo pensé en la calidad del carácter de Sergio: lo atropellaron, le quebraron la clavícula, no va a poder trabajar por lo menos por tres meses y aún así tiene buenos ánimos. Eso se llama resiliencia.
A la semana del accidente volví a ver a Sergio. Esta vez sus ánimos no estaban encendidos como era normal. Algo estaba ocurriendo. Cuando pregunté en el bar que le pasaba me contaron que gracias al accidente le habían tomado una radiografía del hombro y por casualidad en la imagen aparecieron unas manchas en su pulmón derecho, en el lóbulo superior. La biopsia resultó ser positiva para cáncer. Eso le había quebrado los ánimos a Sergio.
Yo no pude dejar de pensar que ese accidente le salvó la vida. Un evento que lo pudo haber matado en un instante le sumó más días de vida. Ese evento le ayudó a descubrir que padecía de algo que seguro le restaría días a su vida. Ahora con una operación y tratamiento se encuentra de nuevo el balance en la ecuación de la vida.
Sobre «Lo atropellaron y le salvaron la vida»
Últimamente he estado pensando en conceptos opuestos y sus significados. Un ejemplo clásico de conceptos opuestos es la muerte y la vida. En «Lo atropellaron y le salvaron la vida» quise darle vuelta a la tortilla a este binomio y escribir acerca de algo que causa la muerte dando vida.
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Cuando Marcelino salió del elevador apenas y pudo pasar por la puerta cargando la caja. Era una caja grande, difícil de llevar. Pesaba lo suficiente para complicar su corta trayectoria hasta su apartamento. Llevaba dos pasos afuera del elevador cuando se percató de la presencia de un sonido. El constante sonido llenaba todos los espacios del corredor. Un tac, tac, tac, tac… insistente, metálico, que era más recio que el cierre de las puertas de elevador y sus acompañantes timbres y las campanas. El tac, tac, tac, tac… repercutía en las paredes del corredor. Sin cambiar su tempo. Tac, tac, tac, tac… Parecía moverse en la misma dirección que él. Marcelino llegó a la esquina del pasillo donde debía doblar a la derecha y giró su cuerpo para ver y prevenir un accidente con alguien que venía en dirección contraria. Mientras hacía ese movimiento se le ocurrió buscar tras de él el origen del tac, tac, tac, tac… pero lo único que logró ver fueron unos metros de pasillo vacío. Su sombrero, presionado por la caja, le bloqueó la vista. Además, del tac, tac, tac, tac… no escuchaba otro ruido en el corredor. Empezaba a dudar si lo escuchaba o lo imaginaba.
Marcelino estaba en la recta final de su apartamento y el repicar del tac, tac, tac, tac… lo perseguía. Cuando arribó a su puerta sostuvo la caja sobre su muslo derecho, apretándola contra la pared y con su mano izquierda alcanzó las llaves en su pantalón. Una vez más volteó a ver hacia atrás buscando el origen del tac, tac, tac, tac… pero fuera lo que fuera no aparecía o no había doblado la esquina.
Entró a su casa, con cierta urgencia dejo la caja en la mesa del comedor, le apresuraba a ir al baño. Aun dentro del baño podía escuchar que el tac, tac, tac, tac… Eso le empezaba a instigar el hígado, irritándole su animo. La insistencia del tac, tac, tac, tac… doblegó su paciencia y lo hizo que acercarse a la puerta colocando su oído contra ella, tac, tac, tac, tac… El sonido no se detenía y Marcelino no pudo pensar una posible explicación a esta cacofonía rítmica, metálica y persistente. No le quedó más remedio que ir y hablar con el encargado del edificio para ver si le habían reportado el castigador tac, tac, tac, tac… Tomó sus llaves y salió. En el corredor, afuera de su puerta, se encontró con doña Josefina y su nuevo bastón. Le sorprendió ver la de pie y no en su silla de ruedas.
Antes de entrar a su casa Josefina le dijo a Marcelino: «Al fin me quitaron los clavos. Hubiera preferido que pusieran una pata de palo». Josefina cerró la puerta. El tac, tac, tac, tac… tras de ella, continuó dentro de su apartamento, siguiéndola.
Sobre Tac, tac, tac, tac…
Una señora venía caminando detrás de mí con su bastón metálico. Cada vez que lo apoyaba en el suelo se producía este tac, tac, tac, tac… Sus pasos eran cortos pero frecuentes. Yo sabía que ella estaba atrás mío pero sentí un poco abrumador el tac, tac, tac, tac… después de un tiempo.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.