Al principio las plantas, la tierra y los animales subterráneos estaban agradecidos por la lluvia. Después de tres horas de lluvia torrencial sus puntos de vista cambiaron. La preocupación y la lluvia empezaron a colarse en el suelo.
Las raíces llegaron al punto que dejaron de absorber agua. Las plantas que eran capaces transportaron aire desde la superficie hasta la raíz. Su objetivo era crear espacios entre el suelo y la raíz para los pelos de la raíz pudieran respirar. Arriba del suelo, a las plantas tampoco les iba muy bien. Gota a gota la lluvia castigaba sus hojas, sus ramas y su tallo como si fuera penitencia de monja en convento colonial. Después de tanta gota las hojas estaban doblegadas. Y el lodo que salpicaba del suelo se fue acumulando sobre las hojas, recargando aún más al tallo.
Los poros en el suelo se estaban llenando de agua poco a poco. Después de dos horas de lluvia la saturación del suelo era completa. Las corriente de agua empezaban a erosionar la superficie llevándose consigo las hojas caídas, exponiendo aún más área de suelo a los meteoritos líquidos. El suelo pasó a ser lodo. Un lodo más chicloso que la masa de pan, perdiendo su rigidez y socavando el soporte a las plantas.
Los animales subterráneos se adaptaron como pudieron. Las lombrices de tierra tenían peligro de morir sofocadas por el inminente colapso de las estructura del suelo. Las que pudieron salieron a la superficie. Otros invertebrados con suerte se subieron por los tallos cercanos y se percharon boca abajo en el envés de las hojas. Otros bichos que no fueron tan audaces perecieron.
Al día siguiente también salió el sol. El suelo continuó drenándose y secándose. Ahora esperaba la llegada de las nuevas semillas. Las plantas irguieron sus tallos y estrecharon sus ramas al sol. Los bichos que sobrevivieron empezaron la reconstrucción de los túneles que ventilan el suelo. Y así todo continuó.
Sobre «La lluvia»
Ver los campos saturados durante la lluvia me hace pensar en las dinámicas ecológicas del suelo. Especialmente como estas se cesan por un momento, se modifican para lidiar con el exceso de líquido o dejan de existir porque uno de los componentes perece.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Devorando las hojas del maíz esta un gusano, ni tan joven ni tan anciano.
Cada mordida del gusano el maíz la siente hasta la raíz.
En un chispazo inteligente el maíz soltó un compuesto atrayente.
La avispa parasitante reaccionó ante el compuesto interesante.
Sin pensar la avispa se dispuso a ovipositar.
De par en par sus huevos fue a dejar.
La avispa al gusano parasita en su primera visita.
Los huevos al gusano incapacita su hambre le limita
Parvas camadas de larvas en unas pocas horas dejan de ser magras.
Crecen y crecen las larvas, unas son cortas y otras son largas.
Gracias a la chispa de la avispa el maíz es feliz.
Sobre «La avispa y el maíz»
La relación entre la avispa y el maíz se acciona cuando la saliva de la oruga entra en contacto con el tejido masticado de la hoja del maíz. La saliva causa que se liberen compuestos volátiles que atraen a la avispa.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Durante el congreso anual de plantas del jardín, las plántulas, semillas y arbustos discutían su plan de crecimiento para el año. Todos los años, antes de que la primavera entrara en toda fuerza, las plantas se reunían en conferencia para repartir las tareas del año. Esto era solo una formalidad, porque las plantas ya sabían que tarea les iban a ser asignadas.
A los frijoles, garbanzos y ejotes les tocaba la tarea de nitrificar. La tarea de la caléndula, los girasoles y la menta era atraer a los polinizadores. Las encargadas de repeler los mosquitos eran la lavanda, la citronela y la albahaca. Las plantas para darle de comer a las gallinas eran la alfalfa, las arvejas y el alforfón.
La discusión siempre se acaloraba cuando llegaba el tema de alimentar a las orugas. Un grupo de plantas sugería solo alimentar a las mariposas por su importancia como polinizadoras. El grupo opuesto sugería alimentas a las orugas para que crecieran a ser fuertes y polinizaran mejor. Las otras plantas se oponían a esta idea ya que al tener fuertes orugas también tendrían fuertes herbívoros.
Por ser las plantas que criaban a las orugas diferentes a las que se beneficiaban de los servicios de polinización de las mariposas la disputas en este tema nunca se resolvía. Este año todo podía cambiar. La nueva flor del jardín, la asclepia, pidió la palabra. «Disculpen la intromisión» inició su comentario la asclepia con una voz nerviosa. «Yo tengo un poco de experiencia con la oruga de la mariposa monarca. Y creo que hemos llegado a un balance, por el momento. La estrategia que sigo ahora es darle una dosis de alcaloide por cada tres dosis de salvia. Siento que esta proporción mantiene a la oruga calmada y le permite crecer al mismo tiempo. Sé que el día vendrá en que este alcaloide no funcione y que tenga que cambiar de estrategia y esto lo sabré cuando empiece a aumentar la dosis de alcaloide que le doy».
Las plantas del jardín se vieron unas a otras pensando intensamente en las palabras de la asclepia. El silencio fue interrumpido por la voz picaresca del diente de león, quien dijo: «O sea. Que estas sugiriendo darle droga a las orugas». Sonrojada la asclepias trató de rectificar su comentario pero las carcajadas de todas las plantas enmudeció lo que ella tenía que decir.
Sobre «La conferencia»
Trabajando en el pequeño jardín, léase la maceta de la ventana se me ocurrió la idea de «La conferencia». Un pequeño cuento haciendo elogio al libro «animal farm» con un sistema funcional, o sea, con plantas incluidas.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Encontré el libro en la banca de parque. Era uno de esos libros digestibles, que se tragan en una sentada y que pretenden hacerte sentir bien al terminar de leerlos. Al ojear el libro me di cuenta que tenía las esquinas superiores dobladas, como cuando alguien lo hace para marcar por donde iba en la lectura. Los intervalos entre cada marca eran cortos a veces tres páginas en otras seis, cosa que me pareció un poco extraño para este tipo de libro.
Levanté la cabeza de las páginas para ver si alguien pareciera haber dejado el libro abandonado pero nada. Lo que sí noté fue tres individuos me observaban intensamente y esto me puso un poco ansioso. Que un hombre me estuviera viendo me hubiera sentido alagado. Que dos hombres me estuvieran viendo hubiera pensado que era mi día de suerte, pero tres ya estaba cayendo en sospechoso.
Bajé la vista a las páginas para estudiarlo un poco más cuando noté que una letra «a» brillaba cuando le daba el sol. Brillaba como brilla el grafito sobre el papel. Alguien repasó la letra con un lápiz. Apenas y se notaba a simple vista. Volví a ojear el libro, esta vez buscando más marcas a lápiz y noté que había un patrón cada hoja marcada contenía una letra marcada. Por el grosor de libro y el número de páginas dobladas deduje que el mensaje oculto tendría unas diez a veinte palabras.
El breve segmento del mensaje que logré descifrar decía …adioactivasucia… Volví a levantar la vista y note que los tres individuos de antes se aproximaban pretendiendo ser disimulados. Allí fue cuando me di cuenta que el mensaje no era para que yo lo descifrará. Le noté una pistola desenfundada a uno de los señores que me observaba y decidí echar a correr.
Mientras corría pensé este mensaje tiene que ver con algo radioactivo y alguien quiere esparcirlo. Corría sin saber hacía donde ir. Corría solo para escapar de los señores. Tenía a un señor detrás mío y sentía que los otros dos cubrían los flancos. La única salida que me quedaba era atravesando el túnel peatonal que pasa por debajo de la autopista, conectando las dos mitades del parque.
Algo me decía que estaban esperándome del otro lado del túnel pero no tenía otra opción. Al entrar al túnel no pude ver bien, sentí como mis pupilas se retorcían para abrirse. Seguía corriendo en la oscuridad esperando que mis ojos se adaptaran al cambio de luz. Una masa solida me detuvo. Era un hombre casi dos veces mi tamaño. «Ven si quieres vivir» me dijo tomándome del bazo sin posibilidad a responder. Pasamos por una puerta de servicio la cual cerró con cuidad de no hacer ruido y le puso los pasadores.
Mis ojos se empezaban a ajustar a la oscuridad y empecé a notar nuestro camino. Con su dedo sobre mi boca el señor que me rescató me indicó que me mantuviera callado. Lo cual supuse que también indicaba que caminara en silencio. Estábamos casi a dos cuadras cuando escuchamos golpes metálicos hacer eco por todo el corredor de servicio en el que caminábamos. Antes de salir a la superficie mi rescatista me entregó una capucha sugiriendo que me tapará la cabeza.
Continuará
Sobre «Las esquinas»
Creo que «Las esquinas» es mi primer relato del género thriller. Aunque confieso que en este momento no tengo un final digno para la historia pero si tengo pensado dos partes más. No sé que va pasar.
Pasen a leer las otras entradas del thriller. El orden es la esquina, la capucha, el parqueo y el protagonista…
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Les he de confesar que duermo con una araña en la cabecera de la cama. Ella esta allí en el parral de la esquina viéndome toda la noche. Al principio me estresaba pensar que ella estaba tan cerca de mi cabeza, pero me estoy esforzando en ser más respetuoso de los seres vivos. Pensar en que «Los bichos también tienen derecho a la vida» me calma mi ansiedad.
Terminé aceptando su presencia en mi cama el día que encontré en su tela de araña un zancudo. Este era el zancudo que me había estado atormentando la noche anterior.
Escribo esta nota para preguntarles a ustedes si sería raro que estuviera soñando con la araña. En el último mes he soñado unas cuatro veces con la araña. En el sueño la araña me protege de algo. La primera vez que la soñé fue cuando encontré el zancudo en su tela. El zancudo estaba apunto de picarme cuando la araña saltó para evitarlo, enredó al zancudo en una bola de seda y se lo llevó a su tela. Todo esto sucedió en mi pecho y yo soñé que lo estaba viendo.
La segunda vez que la soñé fue el día después que regresé de subir el volcán de agua. Esta ocasión regresé tumbado y apenas alcancé la cama. En el sueño vi como la araña entró en mi pantalón por agujero de la rodilla derecha para luego salir con una garrapata envuelta en una bola de seda.
El tercer sueño la araña me salvó de ser atacado por pulgas, que de seguro adquirí cuando rescaté al perro de la calle y lo llevé a la sociedad protectora de animales. No entiendo como pudo ser un sueño si yo no sentí las pulgas antes de irme a dormir o cuando estaba durmiendo. Solo recuerdo ver que la araña entrar entre mis sabanas y luego salir con una colección de pequeñas pelotitas de seda.
El cuarto sueño es el más raro para mí. En este sueño la araña no es protectora, en esta ocasión la araña baja de su esquina en la cabecera colgándose de un hilo de seda hasta que llega a mi oreja. Desde allí empieza a producir un ruido muy agradable como si fuera el sonido de un violín a un volumen bajo, apenas lo escucho. Cuando le pongo atención es como si estuviera interpretando una canción de cuna. Lo más simpático que sucede en el sueño es que la volteó a ver y la araña parece sonreír.
Hay algo que me hace pensar que esto «sueños» no son sueños de verdad. Siento que son sucesos que han pasado mientras yo estoy en el limbo, medio consiente, medio dormido. Por estar en el limbo los tacho de sueños porque es la explicación más sencilla que tengo más a la mano. Lo insólito es que ayer mientras barría mi cuarto encontré prendidas a las cerdas de la escoba una bola grande de seda y varias otras más pequeñitas. Si tuviera que adivinar apostaría a que adentro encontraría una garrapata y pulgas en cada una de las pelotas de seda.
Tal vez ustedes me pueden ayudar a decidir. No sé si sacar la araña al patio o dejarla allí. Mientras yo pretendo ignorar que me esta haciendo soñar y que me arrulla en las noches.
Sobre «La araña»
Este cuento parece inocuo, pero con la araña trato de ejemplificar el potencial de la normalización. Esta es una herramienta muy común utilizada para hacer ver algo muy normal algo que en realidad no lo es.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
La vi caminando desde el otro lado de la calle. Ella trabajaba la esquina de la 3ra y 11 calle todas las noches. Sus nombre de pila era Inocencia. A ella la conozco porque me salvó de un asalto después de una noche de copas.
Varias noche me la encontré de nuevo, y cada vez platicábamos un poco más, nunca me ofreció sus servicios. Lo más cerca que llegó fue a llamarme guapo. Siempre mostró un respeto y una cordialidad hacia mí.
En una de tanta noches, la lluvia nos cayó y no teníamos a donde ir. Ella tenía que estar en su esquina esperando trabajo porque no le había salido suficiente y le tenía que pagar la cuota a su patrón. Yo no me animé a invitarla a mi apartamento, pero si logré agarrar valor para invitarla a pasar la noche en el hotel Miraflores. El cual quedaba a la vuelta. Ella sorprendida se negó quejando que no quería mezclar nuestra amistad con su negocio. La manera que la convencí fue demostrándole el frío que hacia en la calle, que iba estar mejor bajo techo. Además, allí vendían ron y que con un par de traguitos se le quitaría el frío. Pronto dejaría de llover y podría salir a la calle después. Lo que la convenció fue que además de pagar los octavos de ron, la habitación le iba a pagar por el tiempo de platica.
Entramos y ordenamos 4 octavos de ron. Después del primer octavo Inocencia se quitó los zapatos, tremendo tacón el que portaba. Ella todavía se mantenía firme en la silla mientras yo estaba en la cama recostándome contra la pared. Al segundo octavo de ron ella ya estaba en la cama sentada en la otro esquina y yo noté la fineza de sus movimientos. Para el tercer octavo yo ya estaba recostado en sus piernas y ella me acariciaba el pelo. Llegando al cuarto octavo a ella ya no se animó. La lluvia dejó de caer y ella continuó con su trabajo. Esa noche conocí la humanidad de Inocencia.
2.
Como siempre todo sucede los lunes. La carrera había empezado, luchando por un espacio en la fila para el baño. Siempre corriendo contra el reloj para llegar a tiempo a la parada del bus. El desayuno fue un clásico una champurrada y un café enfriado para que bajara rápidamente por la garganta. Como siempre regresé a mi cuarto para decirle adiós a Inocencia, mi mascota, un lindo hámster.
En el bus la muchachada de mi clase hasta el fondo, como debe ser los de quinto bachillerato los que mandamos en el colegio. A dos cuadras me recodé que vi la tapadera de la jaula de Inocencia abierta. Por suerte había cerrado la puerta de mi cuarto y sabía que de mi cuarto Inocencia no iba a salir. Como ya me había pasado en varias ocasiones la puerta era lo que impedía la escapatoria de Inocencia. Y como todos en la casa conocen la regla de oro, a mi cuarto no pueden entrar. Yo estaba seguro que cuando regresara del colegio Inocencia iba estar en mi cuarto. Hasta era muy probable que iba a regresar a su jaula buscando su comida.
El día en el colegio se pasó como cualquier otro lunes, rápido, sin novedades, y con la pila de tareas para la semana empezándose a acumular. Mi gana de ver a Inocencia me mordía el alma. Un lindo hámster moteado beige con negro. Su cara de ratoncito lindo castigaba con ternura a cualquiera. Al bajarme del bus corrí a mi casa, especialmente a mi cuarto. Después de entrar a la casa mi celular sonó. Mi novia llamaba para reclamarme porque no le había puesto atención cuando me bajé del bus. Mientras atendía la llamada abrí la puerta de mi cuarto. A medio camino sentí que se atoraba y empujé con más fuerza. Cuando me di cuenta ya era tarde. Boté el celular, caí de rodillas, y con lágrimas en los ojos vi detrás de la puesta. En ese momento me di cuenta que había perdido a mi linda Inocencia. Ella se había escapado moviendo el guardapolvo en la base de la puerta.
3.
Inocencia tomaba de la mano a Miguel, quien iba un par de pasos adelante. Miguel llevaba la cadena que sujetaba a Rambo, quien tiraba y tiraba de la cadena. Inocentemente pensé, así funcionaba la cadena de mando en esa casa.
Sobre «La inocencia inocente»
Este cuento presenta tres maneras de interpretar la inocencia. La inocencia del comportamiento, la inocencia del dolor y la inocencia del pensamiento. Claro, habrán muchas más maneras de interpretar la inocencia.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Salí de mi casa cuando salía el sol. La tarea del día era ir a la montaña por leña. Yo esperaba regresar después del medio día. Los bombardeos del día anterior habían botado unos árboles. Lo que ayudaba a la tarea, ahora sólo quedaba trocearla y regresar con una carga de leña.
A media mañana los aviones empezaron a pasar. Pasaban muy arriba para que me preocupara. Un par de horas más tarde empezaron a pasar más abajo. Eso me indicó que era momento irse. Recogí mis herramientas, cargué la leña y empecé a bajar. Escuchar el silbido de las bombas me hizo tirar todo y empezar a correr.
Antes de que las bombas cayeran yo ya estaba corriendo. La tarea de leña quedó a dos pasos de donde la recogí. Lo único que cargué conmigo fue el hacha. Con cada bomba que caía el shock me hacia brincar y la explosión me empujaba un par de metros. Por milagro logré mantener mi balance hasta que estaba suficientemente lejos.
Llegando a la planicie la vi correr hacía mi. Su cara mostraba preocupación y alegría. Su abrazo me regresó muy aliento.
Sobre «Para mañana tendremos más leña»
Por un tiempo viví cerca de un aeropuerto, con cada pasada de un avión me ponía a pensar como sería la vida de los civiles que viven en áreas de combate. Hasta las tareas sencillas, como ir por leña, se complican.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Entre las hojas de las zonas templadas, existe una leyenda. La leyenda de la hoja que sobrevivió el invierno y se mantuvo prendida hasta que llegó la primavera. Está leyenda la escuché de una hoja mientras se la contaba a su rama. El verano estaba por terminar.
Durante el otoño regresé al parque varias veces con la esperanza de presenciar la leyenda con mis propios ojos. Cada vez que caminaba por el parque le preguntaba a las hojas si ellas habían escuchado la leyenda de la hoja que sobrevivió al invierno. Todas las hojas conocían la leyenda y todas las hojas querían ser la leyenda.
A finales de otoño eran muy pocas las hojas que quedaban en los árboles. La mayoría estaban cafés, pero habían unas que todavía estaban amarillas y con manchas verdes. Estas eran la hojas más jóvenes y las que tenían una mayor esperanza de lograrlo.
El invierno empezó con una tormenta de nieve que acumuló 7 centímetros. La cobertura de nieve se mantuvo hasta casi finales de enero. Durante el invierno visité el parque dos veces. La primera vez logré ver cerca de 20 hojas que colgaban de sus árboles. A la segunda visita, solo quedaban 5 hojas, pero no logré distinguir si estaban prendidas o estaban congeladas a su rama.
La siguiente vez que visité ya principiaba la primavera. La nieve ya se había derretido de las aceras y era el momento ideal para ver si más de alguna hoja había sobre vivido el invierno. De las cinco que yo me recordaba solo quedaba una que se mantuvo prendida.
Me acerqué a la rama de la hoja y le pregunté como se sentía después de haber sobrevivido al invierno. Ella respondió: «Soy la hoja de la leyenda, soy la hoja que sobrevivió al invierno. La primavera ya esta aquí, lo sé por que las yemas que traen las hojas nuevas empezaron a reventar. Las nuevas hojas están apunto de salir. Están apunto de recibir el nuevo sol de primavera. Serán las hojas más verdes que este árbol produzca. Estarán llenas de ganas por fotosintetizar los rayos del sol. Y por eso yo no quiero ser la muestra de lo que les espera. No quiero ser el espejo que les refleje el futuro que les espera, por eso creo que es hora de soltarme».
Cuando la hoja terminó de hablar empezó a caer. A media caída las hojas nuevas empezaron a salir, gritando de jubilo, llenas de esperanza y de verdura. Ellas recibieron la luz del sol. Desde el suelo la hoja pronunció sus últimas palabras: Disfrutá la primavera.
Sobre «La hoja»
Los inviernos en donde nieva pueden ser intensos. La nieve te agarra desapercibido, sabes que hace frio y que el invierno viene pero la nieve siempre te recuerda que estas en invierno brutalmente. Ver una hoja verde aun prendida de su rama durante el invierno te dan ánimos a continuar aguantando el frío.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Advertencia: «Me harté de él» hace mención de canibalismo que puede parecer grotesco para algunos lectores.
Nos conocimos a los 25 años, después de un par de años de noviazgo nos casamos. Logramos vivir muy bien. Durante la noche, cenábamos, luego veíamos la tele por un rato o nos íbamos a dormir. Todo era muy simple, todo estaba bien.
Un día de febrero, él me anunció que se había inscrito a unos cursos de cocina, uno de cocina mediterránea y el otro de comida saludable.
La idea de los cursos me pareció muy buena, pues eso ayudaría a aumentar su recetario y al final la que se vería beneficiada sería yo. He de decir que su cocina no es tan buena, a veces cocinaba increíblemente pero a veces pasaban meses a hasta que le saliera algo decente de nuevo.
El segundo de los cursos fue el que más lo incentivo, y el que más me fregó a mí. Primero, empezó a reducir las grasas, lo que implicó que ya no hacíamos churrascos los domingos. Las frituras estaban recluidas en la memoria. Pero lo que me dolió más fue que me forzó a dejar fue las pastas, los panes y las papas.
En los últimos meses me habían transformado a una vegetariana con tendencias veganas. Yo intenté revelarme ante esta situación pero se me armó la cuestión más horrible que allá vivido. Él empezó a llorar a mares alegando de que a mí nunca me había gustado su cocina y todo el esfuerzo que él había puesto en recibir los cursos era un desperdició. Al punto que hasta me sacó a colación que había dejado de trabajar por los benditos cursos de cocina.
El acuerdo al que llegamos fue que yo me podía dar unas escapaditas de la dieta, pero que yo tenía que cuidar mi salud y no excederme de ellas.
Basándome en el acuerdo al que llegamos, yo ideé un plan. Este consistía en sacarlo de la casa el domingo completo. De esta manera yo podía ver el partido de futbol, cocinarme un par de chuletas a mi modo y tomar un par de cervezas sin que el estuviera en la casa haciendo caras o comentarios.
Llegó el domingo. El partido empezaba a las 2 de la tarde y el tenía que estar en la casa de su papá desde las 10:30 a. m. Yo tenía el tiempo del mundo para ir al súper, cocinarme las chuletas y tomar un par de cervezas y para cuando el regresará, a las 5:00 p. m. yo ya tendría todo limpio. Inclusive tenía previsto empezar a cocinar la cena.
Lo bueno estaba empezando, mi cerveza estaba en la mesa del comedor y las chuletas estaban cayendo a la sartén. Pero lo bueno no continuó, mi esposo entró a la casa. Al ver la cerveza sobre la mesa empezó a gritar mi nombre a todo pulmón. ¡Susana! ¡Susana! Los gritos fueron acercándose hasta que llegaron a la cocina y vio las chuletas friéndose. En un ataque de histeria el agarró mi cerveza y la dejó ir en el lavadero. Alegando que lo hacia por mi salud. Las chuletas las llenó de vinagre y las tiro al basurero junto con mi esperanza de alegría del fin de semana.
Eso fue mi domingo, mi idea de futbol, chelas y chuletas se esfumó. Aún más la boca de mi esposo no paraba RACARA-RACARA-RACARA. Mi mente estaba en otro lado, escapando la realidad. Una frase logró regresarme a la estridencia de la realidad: «Sí, tus chelas, tus chuletas y tu futbol se fueron a la basura». En ese momento mi mano derecha apretó el mango del satén de hierro forjado donde cocinaba las chuletas. Mi mente se inundó de odio, intenté contar para calmarme pero llegué a cien en un instante. Sin decir nada mi brazo derecho dio la respuesta. Se levantó a manera de un upper cut con el sartén empuñado. El golpe impactó a media barbilla de mi esposo. Tal fue la furia que llevaba mi golpe que sus pies se despegaron del suelo unos 7 centímetros.
Verlo allí, tirado en el suelo, no me dio ni tristeza ni alegría, solo pensaba en mis chelas y mis chuletas. Le tomé el pulso con mis dedos en su cuello y pensé en el caldo de la abuela. Ese exquisito caldo de sesos que tenía años sin probar. Saqué la sierra del gabinete de las herramientas y la lavé. Luego, empecé acortar el cráneo. Extraje lo más que pude del cerebro, incluyendo el hipotálamo y lo puse en una olla. Agregue apio, cebolla y papas. No tenía zanahorias si no también las hubiera agregado a la olla.
Limpiando el relajo que había hecho pelando las papas vi en el basurero mis dos chuletas. Yo sabía que no podía sacar ni media chuleta de mi esposo, pero si podía sacar un par de bistecs para hacerlos a la plancha. ¡Que rico! —pensé— con cebolla y un poquito de salsa chimichurri. Saqué el cuchillo de carnicero de la gaveta y empecé a rodajear los filetes del muslo y de la nalga. Buscaba ver cual tenía la mejor ternura.
La nalga fue primero. El olor que emanó del sartén fue maravilloso, carne fresca cocinándose. No era un olor que mi nariz sintió antes. No era cerdo. No era pollo. No era caballo. Era carne propia, carne viva, carne fresca. Mi existencia en la tierra había sido banal hasta este momento. El momento que probé el primer pedazo de muslo me llevó a la gloria. Pero el pedazo de nalga fue aun mejor, nirvana absoluta. Estos cortes eran mejores que entraña de ternero. Suave como el pescado, con un gran sabor único e indescriptible. Altamente recomendable para el paladar de buen gusto.
No me bastó con los filetes de muslo y nalga, y el caldo, tuve que repetir un par de veces hasta que me harté de él.
Sobre «Me harté de él»
Me harté de él es un cuento más de temporada para Halloween que juega con el doble significado de la palabra hartar. Advertencia el cuento narra canibalismo.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
Vino desde el cielo y se clavo en la tierra. Chiouk, chiouk, chiouk sonaba el azadón mientras somataba el suelo con fiereza. El hombre controlaba la furia del azadón corrigiendo su fuerza desde el mango con sus manos. En uno de estos relámpagos de ira el filo del azadón cortó a la lombriz a la mitad.
En ese momento los animales de la tierra corrieron por todos lados. Se metieron más profundo en la tierra. Volaron, saltaron, escaparon, alejándose del azadón. Cuando el hombre que manejaba el azadón se fue, los animales de la tierra se quejaron con las semillas que el hombre había dejado en el suelo, implorándole a las semillas que no salieran del suelo. Que no germinara. Que se quedaran allí. La mayoría de las semillas no dijeron nada pero la voz de una de ellas se escuchó por toda la tierra. Ella dijo: «Yo soy la semilla del maíz. Mi destino es convertirme en tortilla o tamal,, por lo tanto no puedo dejar de ser el alimento del niña que crecerá para ser la presidenta del futuro».
Sobre «El azadón»
Desde un punto de vista ecológico las interacciones que suceden en la tierra son interesantemente intricadas. Desde el punto de vista antropológico la relaciones del humano con la tierra también son formidablemente complejas. En este cuento habló sobre dos elementos que conectan estos dos paradigmas el azadón y la semilla.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.