Tac, tac, tac, tac…

una pinta con crayon negro sobre un muro de madera

Tac, tac, tac, tac…

Cuando Marcelino salió del elevador apenas y pudo pasar por la puerta cargando la caja. Era una caja grande, difícil de llevar. Pesaba lo suficiente para complicar su corta trayectoria hasta su apartamento. Llevaba dos pasos afuera del elevador cuando se percató de la presencia de un sonido. El constante sonido llenaba todos los espacios del corredor. Un tac, tac, tac, tac… insistente, metálico, que era más recio que el cierre de las puertas de elevador y sus acompañantes timbres y las campanas. El tac, tac, tac, tac… repercutía en las paredes del corredor. Sin cambiar su tempo. Tac, tac, tac, tac… Parecía moverse en la misma dirección que él. Marcelino llegó a la esquina del pasillo donde debía doblar a la derecha y giró su cuerpo para ver y prevenir un accidente con alguien que venía en dirección contraria. Mientras hacía ese movimiento se le ocurrió buscar tras de él el origen del tac, tac, tac, tac… pero lo único que logró ver fueron unos metros de pasillo vacío. Su sombrero, presionado por la caja, le bloqueó la vista. Además, del tac, tac, tac, tac… no escuchaba otro ruido en el corredor. Empezaba a dudar si lo escuchaba o lo imaginaba.

Marcelino estaba en la recta final de su apartamento y el repicar del tac, tac, tac, tac… lo perseguía. Cuando arribó a su puerta sostuvo la caja sobre su muslo derecho, apretándola contra la pared y con su mano izquierda alcanzó las llaves en su pantalón. Una vez más volteó a ver hacia atrás buscando el origen del tac, tac, tac, tac… pero fuera lo que fuera no aparecía o no había doblado la esquina.

Entró a su casa, con cierta urgencia dejo la caja en la mesa del comedor, le apresuraba a ir al baño. Aun dentro del baño podía escuchar que el tac, tac, tac, tac… Eso le empezaba a instigar el hígado, irritándole su animo. La insistencia del tac, tac, tac, tac… doblegó su paciencia y lo hizo que acercarse a la puerta colocando su oído contra ella, tac, tac, tac, tac… El sonido no se detenía y  Marcelino no pudo pensar una posible explicación a esta cacofonía rítmica, metálica y persistente. No le quedó más remedio que ir y hablar con el encargado del edificio para ver si le habían reportado el castigador tac, tac, tac, tac…  Tomó sus llaves y salió. En el corredor, afuera de su puerta, se encontró con doña Josefina y su nuevo bastón. Le sorprendió ver la de pie y no en su silla de ruedas.

Antes de entrar a su casa Josefina le dijo a Marcelino: «Al fin me quitaron los clavos. Hubiera preferido que pusieran una pata de palo». Josefina cerró la puerta. El tac, tac, tac, tac… tras de ella, continuó dentro de su apartamento, siguiéndola.


Sobre Tac, tac, tac, tac…

Una señora venía caminando detrás de mí con su bastón metálico. Cada vez que lo apoyaba en el suelo se producía este tac, tac, tac, tac… Sus pasos eran cortos pero frecuentes. Yo sabía que ella estaba atrás mío pero sentí un poco abrumador el tac, tac, tac, tac… después de un tiempo.

Sobre la serie «Historias sin futuro»

Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.

Si quieres descargar Hojarasca, el chapbook de Febrero pincha aquí.

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