Tinta negra parte dos
La residencia de cirugía de Gavino en el hospital de Escuintla terminó. El siguiente trabajo lo consiguió fue en el Hospital General San Juan de Dios. Su récord demostraba tener mayor experiencia con trasplantes que cualquier otro candidato que presentó su papelería. Gavino ocuparía el nuevo puesto de cirujano en el departamento de trasplantes. Su excelente hoja de vida le permitió incluir a Bernarda como una de las enfermeras asistentes de quirófano.
Ambos pensaban que con sus nuevos puestos podrían tener acceso a mayor número de pacientes para cosechar sus órganos. La situación no era tan fácil. En el Hospital General San Juan de Dios los historiales médicos de los pacientes estaban computarizados. Lo que hacía difícil la modificación de los récords sin que se dieran cuenta de quien lo había hecho. Bernarda y Gavino necesitaban marcar esa cajita que decía: «Donador de Órganos». Aun así lograban tener mayor acceso a pacientes para convertirlos en donantes al solicitar a familiares el permiso de donar sus órganos. Este era un tramite tedioso y alargado que muchas veces para cuando la familia daba la autorización los órganos inservibles.
Mientras tanto Bernarda y Gavino se unieron al consorcio de médicos y enfermeras que impulsaban el tratado internacional de trasplantes de órganos. Gavino entendía la relación entre oferta y demanda de órganos. Sabía también que al «globalizar» este proceso se reduciría el desperdicio de órganos. Esto se daba por la perdida de «frescura», como decía Gavino, de los órganos. El tratado fue impulsado por el presidente de El Salvador quien era pariente del paciente que recibió el primer pulmón de prueba que cruzó la frontera entre Guatemala y El Salvador. Al ver directamente los beneficios del libre flujo de órganos para trasplante el presidente tomó este proyecto como parte de su legado.
Los sistemas computarizados seguían impidiendo el flujo trabajo de Bernarda y Gavino. El no poder realizar las pruebas de compatibilidad de antígenos leucocitarios sin levantar sospechas les impedía moverse con la rapidez y la certeza que requerían. Su flujo de trabajo se basaba en encontrar las duplas de pacientes con órganos compatibles con diligencia. Esta forma de trabajar no estaba funcionando, algo tenía que cambiar.
Su desesperación los hizo aprender dos lenguajes de computación. Uno para programar en redes y poder manipular el sistema empleado en el historial médico de los pacientes. Y el otro lenguaje les ayudaría a crear un programa para capturar las contraseñas de ingreso de doctores o enfermeras para que ellos pudieran hacer más solicitudes de los exámenes pertinentes sin levantar sospechas. Aunque lograron tener cierto éxito con inocular algunas computadoras con sus programas, más dificultades surgieron cuando el departamento de informática se percató de los programas espías en las computadoras del hospital. Como resultado el departamento de informática intensificó sus medidas de seguridad en la red de computadoras. Esta fue la barrera que los llevó a buscar trabajo en otros hospitales aunque significara una disminución en sus salarios.
Sobre Tinta negra parte 2
Cuando escribí este cuento estaba indeciso de que los cuentos deben tener siempre un problema el cual se resuelve de alguna manera durante la historia. Gavino y Bernarda logran avanzar en sus careras profesionales. El primer problema que ellos se topan es la tecnología, la tinta negra es remplazada por las computadoras.
Una vez esten publicadas puedes encontrar otras partes de la historia aquí: parte 1, parte 3, parte 4 y parte 5.
Sobre la serie «Historias sin futuro»
Para marzo del 2018 les traigo la serie «Historias sin futuro». Una colección de narraciones cortas que describen a personas o situaciones. Estas narraciones las empecé a escribir con la intención de practicar, de ejercitar los músculos creativos y generar un proceso con la esperanza de que se convierta en hábito. Les agradezco su visita y como lo he hice con los post de enero y febrero voy a recopilarlos en un chapbook para que ustedes puedan descargar.
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